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Esto que vas a leer en este blog son algunos "detalles" que tus profesores de historia no creyeron que fuera necesario contarte.

domingo, 3 de mayo de 2015

La "carta blanca" de los vencedores..



Los juicios por crímenes de guerra a los que sometieron los vencedores  principalmente a alemanes, pero también a muchos japoneses, sentaron un precedente pasmoso por su alcance y por lo inequívoco de las acusaciones de las potencias victoriosas al hacer uso de ciertos legalismos o presupuestos que no existían cuando fueron supuestamente violados por las potencias del Eje. De este modo, despreciando todos los códigos de honor europeos respetados durante siglos, prisioneros alemanes civiles y militares, muchos de alta graduación, fueron objeto de muerte violenta durante su detención por los aliados como consecuencia de tan extraordinarios procedimientos.

Nunca antes había sucedido algo parecido a los juicios que los enemigos de Alemania hicieron entre 1945 a 1949. Quizá el caso de Juana de Arco, pero entonces sólo había implicada una prisionera y no una nación entera, y los ingleses, que fueron según los últimos estudios los responsables del proceso, hicieron cuanto pudieron para que la condena por delitos de herejía y brujería, hoy ya proscritos fuera decidida por una Iglesia universal e imparcial, de acuerdo con las reglas ya existentes de pruebas y procedimientos.



En los Estados Unidos, auténtico padre de los juicios, las opiniones acerca de la conveniencia de éstos siempre han estado divididas, pero el balance ha sido distinto. En el periodo inmediato de la postguerra la opinión generalizada estaba a favor de los juicios con algunas importantes personalidades en contra. En medio de la acadabrada campaña electoral de 1946, justo antes de que los nazis más importantes: Goering, Ribbentrop, etcétera, fueran a la horca, el senador Robert A. Taft pronunció un discurso atacando las bases legales de los juicios, así como las sentencias impuestas; su discurso parece que perjudicó a su partido, el Republicano, en aquellas elecciones.

Una década después, lógicamente los puntos de vista habían variado algo, ya que en aquellos tiempos el entonces más claro candidato a la presidencia, John Fitzgerald Kennedy, publicó un libro, “El perfil del valor” (un examen de varios personajes a los que el senador Kennedy creía valientes) en el cual alababa a Taft por mantener esa postura, añadiendo que sus opiniones “eran hoy compartidas… por un número importante de ciudadanos americanos.

Con el secuestro de Eichmann en 1960, su posterior “juicio” y la publicidad que recibió más tarde, parece que las opiniones variaron de nuevo, aunque lentamente, hacia una aprobación de los juicios. Este cambio extraordinario puede justificarse de muchas maneras, pero creo que lo sucedido es que en tiempo de paz, cuando por lo general no hay un ambiente de histeria, la atención del mundo se había centrado en un relato especialmente macabro: el asesinato por los nazis de varios millones de judíos (por lo general, seis) de toda edad y condición durante la guerra, como parte de un programa encaminado a eliminar a los judíos europeos.



Esto debe aclararse un poco. Consideremos a un observador de la Europa Occidental, familiarizado con la situación de la judería europea antes de la guerra, elaborando un estudio de los judíos europeo-occidentales hacia, digamos, finales de 1946. Los encontraría italianos, franceses, belgas y daneses, la mayoría sin un rasguño. Por otro lado, habría encontrado un gran número de judíos, la mayoría posiblemente, echados a faltar en Luxemburgo, Países Bajos y Checoeslovaquia, entonces al alcance de los occidentales. La situación de la judería austroalemana era confusa puesto que la mayor parte habían emigrado antes de la guerra, y es difícil precisar cuántos y a dónde. En cualquier caso una gran cantidad, probablemente los más numerosos, de aquellos que se quedaron no volvieron más a sus antiguas residencias.

Sin embargo, las ausencias fueron puestas de relieve por el suceso obvio de que los campos en Alemania para personas desalojadas estaban llenos de judíos se ha dado una cifra de más de 250.000  y de que muchos judíos europeos emigraron a los EE.UU. o a Palestina o a cualquier otro lado al principio de la guerra. Los datos disponibles del observador occidental a finales de 1946 contradicen radicalmente las acusaciones de exterminio que tanta publicidad recibieron durante el curso de la guerra y en el posterior juicio de Nuremberg.



La continuación ilógica de los juicios por crímenes de guerra en Alemania Occidental, sin ningún límite en lo tocante a los supuestos delitos, ha tenido varias implicaciones importantes: gente que “estuvo allí” ha tenido miedo a manifestarlo y contar qué es lo que según ellos realmente pasó, y prefieren no llamar la atención sobre el hecho de que “estuvieron allí”. Sin embargo era inevitable el que unos pocos individuos valientes lo hicieran a pesar de todo. El más importante de éstos ha sido, hasta la fecha, Thies Christophersen, autor de “Die Auschwitz Luegue”, La mentira de Auschwitz.

Christophersen estuvo en Auschwitz desde enero hasta diciembre de 1944 y en 1973 publicó sus memorias y su firme convicción de que los exterminios jamás tuvieron lugar allí.

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