El tabú del revisionismo no permite diálogos, no permiten que exista otra forma de entender la historia más allá de lo establecido por ciertos pseudo novelistas aficionados con carnet de historiadores regalados por los vencedores y los judíos para re-escribir la historia según sus versiones.
La historia entonces se convierte en la manera de describir los eventos colectivos que provocaron el diseño del presente, al menos ese es el pensar inclusive no solo de la masa, que fácilmente es manipulada, peor aún, también es el sentir del despojo de la clase intelectual, cuyo trabajo es definir valores fundamentales, pero una vez que siente las presiones de las creencias populares, no se atreve a romper el silencio.
Los cuentos, las legendas históricas, las fantasías imaginarias, los miedos incomprendidos, son partes de la paranoia colectiva que decide que creencias sostener, y cuales desterrar o encriptar para no vivir con ellas.
El rompimiento de la ortodoxia histórica frente un colectivo decido a proclamarla como un evento inamovible es improbable sin la oportunidad siquiera de dialogar, y analizar eventos que no son sustentables ante el escudriño aplastante de datos y memorias, cuyas fuentes y argumentos son de testigos circunstanciales y sin más evidencia probatoria que un cumulo de historietas a manera de cuentos novelescos.
Esto al menos es el caso de las últimas dos guerras mundiales que han sido, a pesar de las impureza históricas, eventos que han cambiado al mundo y en especial, la segunda, en la que se proclama por la historia el uso de armas de destrucción masiva por los nazis para el mero exterminio de los judíos en Europa.
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