Los excesos románticos de la literatura pro-indigenista nos han vendido la imagen del pérfido depredador español que llega para explotar al buen indio que dormitaba tranquilamente en la puerta de su chabola..!nada que ver con la empírica realidad!..
El resultado de todo eso fue un mundo nuevo: un mundo que ya no era el de las culturas amerindias, pero que tampoco era propiamente una España ultramarina, porque la América hispana muy pronto tuvo su singular personalidad. El antecedente más parecido que se le puede encontrar a este magno proceso es la construcción del Imperio romano: del mismo modo que Roma creó en Europa un mundo sobre la base de su lengua, sus legiones y su derecho, así España creó en América un mundo sobre la base de su religión, su idioma y su ley.
Enfrente estaban los indios, por supuesto. Pero también sobre este particular hay que hacer infinitas matizaciones y revisar numerosos tópicos. Los excesos románticos de la literatura indigenista nos han vendido la imagen del pérfido depredador español que llega a las Indias para explotar al buen indio, que dormitaba tranquilamente en la puerta de su bohío. Es una imagen ridícula. Primero y ante todo: los indios son tan protagonistas de la Conquista como los propios españoles. Colón jamás habría podido instalarse en La Española sin la aquiescencia de una buena parte de los taínos. Cortés jamás habría conquistado Méjico sin los tlaxcaltecas y otros pueblos aliados, como Pizarro jamás habría conquistado el Perú sin los tallanes, los huancas y los chachapoyas, entre otros muchos. Segundo y no menos fundamental: taínos, tlaxcaltecas, tallanes y demás pueblos aliados de los conquistadores se unieron a los españoles porque estaban siendo salvajemente explotados por los caribes, los aztecas y los incas, respectivamente. Esa era la realidad.
La estampa del indio que dormitaba feliz a la puerta de su bohío es estrictamente falsa. Las comunidades amerindias, prácticamente sin excepción, eran sociedades muy conflictivas, muy violentas, donde unos pueblos aniquilaban a otros sin la menor contemplación, donde la esclavitud era una institución absolutamente convencional, donde las mujeres —en términos generales— eran usadas como objeto de cambio y donde los sacrificios humanos formaban parte de la vida cotidiana. Todo esto no fue un invento de los cronistas para legitimar la hegemonía española; todos los hallazgos arqueológicos lo confirman. Por eso los pueblos más débiles, los que sufrían la violencia de los más fuertes, se unieron a los españoles de muy buen grado: aquellos sujetos barbudos envueltos en hierro eran su única salvación. La conquista no se sustancia, pues, en un simple esquema de "europeos contra indios". La realidad fue muchísimo más compleja. Y así como hubo algunas poblaciones indígenas enteramente aniquiladas, hubo otras —de hecho, la mayoría— que abrieron la puerta a la conquista y contribuyeron a la radical transformación del continente. Las cosas fueron así. Nunca hubo un genocidio español en América.–
La llegada a las Indias de los primeros niños europeos, con su carga de varicelas, sarampiones, paperas y demás, fue más letal que cualquier ejército. Mientras tanto, las expediciones de Bobadilla, Ovando y Pedrarias, por ejemplo, contabilizaban hasta un 50 por ciento de bajas mortales apenas dos meses después de haber desembarcado; los de Pizarro caían fulminados por infecciones, etc. Los avances de la Medicina en el último medio siglo han permitido explicar numerosos episodios de este género. Es asombroso que aún hoy tantos historiadores sigan renuentes a introducir el factor médico en sus narraciones de la Conquista.
De manera que hubo, sí, una mortalidad mayúscula de indios en América, pero no fue un genocidio. Un genocidio requiere que haya voluntad de exterminio. Eso no pasó en la América española. Pasará después en la América anglosajona, que sí ejecutó proyectos de exterminio deliberado de la población indígena, esa misma América anglosajona que ahora maldice a Colón y los españoles.
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